LAS ELECCIONES DE LOS SENTIMIENTOS

Sergio Planas


Jueves, 16 Mayo, 2019

Pese a tener plenamente decidido el sentido de mi voto desde hace meses, hoy, jornada de reflexión, creo que es un buen momento para pararse a analizar el discurso de los partidos. Siempre suelo decir, sin mucho temor a equivocarme, pero simplemente basándome en lo que oigo, que hay discursos de partidos aparentemente opuestos en lo ideológico que fundamentan sus ideas en los mismos hechos. Para muestra, un botón: he cogido la propaganda electoral de casa y me he dispuesto a leerla. En concreto, quisiera comparar, con todos ustedes, las misivas de Vox, En Comú Podem (ECP) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).

Vox empieza su carta hablando de “amor a la Nación” y la “libertad y la igualdad de todos los españoles”, hecho que repite en más de una ocasión. Acto seguido, apela a estar en “un momento crítico de nuestra historia” porque “la Nación está en peligro”, y se “acecha nuestra libertad” por parte de las “élites globalistas”. Ataca a los medios de comunicación, que los considera “instrumentos de propaganda al servicio del poder”, al más puro estilo Trump, y considera que los ciudadanos no trabajan para “sostener el Estado de las Autonomías”, y que deben “tomar las riendas de su vida y de nuestro país”, al que considera “maltratado”. Para pedir el voto pide también “valentía” y, atentos: “ya no se trata de partidos, se trata únicamente de España. Defiéndela”.

En Comú Podem, por su parte, cree que “no nos podemos resignar” a que la banca tenga beneficios multimillonarios, y considera que hay que “luchar contra la desigualdad”. Afirma que hay “retos democráticos que tenemos como país” y que la sociedad tiene “vergüenzas”. Asevera que España ha sufrido un “retroceso democrático” y que hay que “limpiar las instituciones del Estado corrompidas por el bipartidismo”. Contrapone, asimismo, a la “mayoría” con las “grandes empresas multinacionales y energéticas”.

ERC, por otro lado, titula su escrito con el lema de campaña: “va de libertad”. Apela a la “transparencia” y al “rendimiento de cuentas”, considera que hay una “democracia de baja calidad” y que el Estado sigue una “estrategia represiva”. Hay, según ERC, un “retroceso de las libertades públicas”. Habla del “régimen del 78”, de los “derechos y las libertades” y de que el Estado es “incapaz de escuchar la voz de la ciudadanía”.

En síntesis, todos ellos coinciden en atacar al statu quo, ya sea político o económico; en apelar a la libertad, a la lucha y a la valentía; en hablar de peligros para el país; en atacar a las élites (Vox a las globalistas, ECP a las económicas y ERC a las políticas estatales); en poner al ciudadano en el foco, diciéndole que se rebele; en revolucionar el sistema institucional y, lo más importante: en presentar al país como un ente identitario maltratado, del que hacen el eje central de su argumentario. No aparece, en ninguno de los tres escritos, ni una sola propuesta electoral concreta. Los tres se parecen más, en su discurso, de lo que podíamos pensar, ¿verdad?

Considerarán ustedes que vengo en atacar a estos partidos o que vengo en hacer un artículo exclusivamente político; nada más alejado de la realidad. Hago esta reflexión, sobre textos que los propios partidos ponen en nuestras manos, para evidenciarles a ustedes que las convocatorias electorales están pasando de la razón al sentimiento o a la emoción. El rumbo del país, según parece, y cada día estamos yendo más a ello, va a depender de sentimientos.

Pero las personas no nos alimentamos de sentimientos, y mucho menos de los identitarios. ¿Por qué, entonces, muchos partidos políticos, como los tres que hemos visto, centran su discurso exclusivamente en ello? Simplemente, porque hablar de sentimientos y emociones nos acerca más al corazón del votante -que es, en definitiva, al que quieren seducir. Conquistamos a nuestras parejas no mediante razones, sino mediante sentimientos.

El sistema electoral español, como el de muchos otros países -véase EEUU-, está sufriendo un vuelco al que el derecho no sabe dar respuesta por ahora. Nos enfrentamos a realidades que el derecho no prevé porque, anteriormente, no existían. Les hablo de los bulos informáticos -a cientos, y cada vez más- para influenciar el voto; de las ya famosas fake news; del cambio de discurso, de la aparición de las emociones en primera plana y de la polarización electoral que eso supone. Antes teníamos partidarios de una opción política; hoy se han convertido, en muchos casos, en fanáticos. La diferencia está en el paso de las propuestas a las emociones, pero el caso es que no se protege al elector de todas las citadas novedades -porque apenas tenemos herramientas para ello.

Otra coincidencia de los tres partidos que he citado, si miran su programa electoral, es la disconformidad con la Constitución actual. Vox propone la supresión de las autonomías, ECP propone un referéndum de autodeterminación y ERC exige la secesión de Cataluña. Es lógico e incluso coherente que los partidos que apelan a las emociones tengan ese objetivo; la Constitución está hecha desde la razón y desde el sosiego, desde el diálogo y la calma, desde la lealtad entre partidos, desde la fraternidad entre españoles, desde el consenso. Todos esos elementos, a día de hoy, parecen haberse esfumado en la mayor parte de opciones políticas, y suponen un obstáculo para su discurso. Además, presentar a la Constitución como un ente caduco o creado por las élites y los traidores puede ayudar a despertar un sentimiento de rabia y oposición que puede ser electoralmente muy fructífero.

Precisamente por haberse esfumado, como les decía, los elementos que presidieron el proceso constituyente, no es el momento idóneo para abordar una reforma de la Constitución. Es imposible, dados los resultados que las encuestas prevén y dada la predisposición de los partidos en general, conseguir un clima en el que nuestro texto constitucional pueda salir reformado y sea exitosamente conservado, mantenido y aplicado durante un periodo de tiempo como los últimos cuarenta años. Tampoco se da ese clima en la sociedad española.

Ahora bien, legalmente, la Constitución no exige un consenso social ni unos requisitos de aceptación del otro o de diálogo; exige, únicamente, unas mayorías determinadas y unos procedimientos concretos -como todas las Constituciones de nuestro entorno-, que se recogen en el último Título de nuestra Carta Magna. Por eso es peligroso que, en un determinado momento y aprovechando unas mayorías ideológicas -que, como ya se sabe, no son una foto fija que se alargue en exceso en el tiempo-, se pretenda realizar una reforma de la Constitución que la ideologice.

El éxito de nuestro texto fundamental radica en ser apta para el desarrollo de políticas de todo tipo y en no excluir a nadie en su identidad política ni territorial. Si eliminamos ese elemento de éxito, nuestra Constitución está condenada al fracaso, como ya sucedió en tantas otras ocasiones de nuestra historia reciente. Precisamente, por los sentimientos. Ya saben, del amor al odio hay un paso.

(Líneas escritas el 27 de abril de 2019, jornada de reflexión previa a las elecciones generales del 28A)

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